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Alianzas Politicas

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Creo que las alianzas políticas deben ser parte de un acuerdo doctrinario o, al menos, programático, de donde pueda surgir una alternativa al actual gobierno.

En el Chile de hoy se ha convertido en hegemónica una concepción de la política, basada en los patrimonios. La lucha política consiste en sacar la mayor rentabilidad posible del patrimonio electoral de cada partido. Se parece a una cuenta de ahorros. O mejor aún, a un fondo previsional, que debiera crecer, año a año, al menos acorde con el IPC. Lamentablemente, para los partidos políticos estas ganancias se han ido reduciendo, pues hoy apenas cuentan con el 10% de la opinión pública. La Concertación y la Coalición, que antes encarnaban casi un 90% de los votos, hoy tienen menos de un 40% de apoyo ciudadano. La política de la “cuenta de ahorros” es un pésimo negocio. Además, al igual que las AFP son un dispositivo al menos dudoso en su legitimidad.

Ambas coaliciones entienden las alianzas políticas como sociedades para incrementar sus patrimonios. Por eso se mantienen lo más lejos posible de las discusiones sobre principios programáticos, para no incomodar a uno de los socios del pacto. La defensa de la educación pública y laica, la descentralización—hoy punto crucial en la agenda, como lo confirma el conflicto de Aysén—, el cambio a un sistema de gobierno semipresidencial–como lo propuse en mi programa de gobierno–, modernizar el Estado a favor de la meritocracia, emparejar la cancha acortando las inaceptables desigualdades entre ricos y pobres son tópicos que incomodan a cada una de sus partes.

Además, los retrata como lo que son, matrimonios por conveniencia. La violencia doméstica es el desayuno, almuerzo y comida de cada comensal.

La dirigencia DC plantea para su Partido una división de tareas bastante sugerente. Para el programa político, es decir, el cambio de sistema político y electoral, se alía con Renovación Nacional. Para los desistimientos respecto a las alcaldías, con el Partido Comunista, lo cual equivale a un vuelo de cóndor falangista del siglo XXI que antes era ni estalinismo ni fascismo. Hoy en cambio es buenos negocios para ambos lados, derecha e izquierda, conservadora y liberal. Por su lado conocemos un gobierno que protesta contra la falta de reciprocidad de la Concertación en tanto oposición. Ese reclamo devela añoranza por viejos negocios de la sociedad limitada Concertación-Coalición que ampararon a Pinochet en Londres, privatizaron las sanitarias, impidieron toda reforma tributaria, impusieron la Ley general de Educación, censuraron el debate sobre aborto, promulgaron la ley antidíscolos para impedir nuevos partidos en 2012.

No se trata aquí de vivir en el pasado. Sigo creyendo como se escribió antes, que “la vida es más ancha que la historia” pero para avanzar en una oposición cohesionada se debe asumir que el actual reclamo de una parte de la Concertación contra el gobierno no tiene que ver con una visión de sociedad sustancialmente distinta a RN o prácticas internas distintas a la UDI. Más bien, expresa desesperación al constatar que la mayoría de la sociedad avanza sin esperarlos.

Me cuesta congeniar con esta forma de repartirse el poder local. Sigo creyendo que las alianzas políticas deben ser parte de un acuerdo doctrinario o, al menos, programático, de donde pueda surgir una alternativa al actual gobierno. Eso he planteado antes y lo reitero hoy. Cuando la Concertación esté dispuesta a sentarse a discutir un acuerdo programático y doctrinario, entonces podremos construir juntos una alternativa de gobierno que se profundice mediante primarias en un marco de respeto.

No encontrarán apoyo ni en mi—ni en el electorado—mientras sigan con la táctica de la calculadora en mano más preocupado de sus privilegios que de los desafíos actuales de Chile.